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Predecir el futuro es una obsesi n humana. Las empresas invierten recursos en los servicios de analistas que identifican las tendencias calientes. Los cient ficos dise an complejos modelos matem ticos que pueden ser usados para predecir eventos en el mundo y el universo. Los fil sofos y soci logos contemplan el futuro de la humanidad. Y, multitudes de hombres y mujeres consultan a los m dium, adivinos y astr logos en la esperanza vana de que sus pron sticos sirvan de algo para orientar sus vidas y guiarles en sus decisiones. El futuro, se ha dicho, es buen negocio.

Pero aunque el futuro nos interesa grandemente, lo entendemos muy poco. La incapacidad de los pol ticos, comentaristas y supuestos profetas para anticipar la continua turbulencia financiera es solamente una evidencia reciente de nuestra inhabilidad para predecir el curso de los eventos venideros, o la naturaleza y la magnitud que tendr n. Una y otra vez, pron sticos pronunciados confiadamente han resultado ser embarazosos para sus autores equivocados.

Muchas veces se ha visto el estudio de la profec a como una ocupaci n para los exc ntricos, creyendo que conviene dejarlo para las personas un tanto desviadas mentalmente. Es dif cil excusar o explicar esta percepci n, y es da ino para cualquier creyente que aspira lograr una comprensi n equilibrada y adecuada de la Palabra de Dios.